jueves, 28 de agosto de 2014

MJ

Hace más o menos un mes murió Jelen. Lo sé porque entonces estábamos cerrando la revista y hoy volvimos a cerrar la revista. Mucha gente escribió sobre el asunto. Yo no pude. Siempre que muere alguien joven me abruma: trato de entenderlo y nunca encuentro el sentido. Jelen, además, ya era una incógnita para mí. Un tipo demasiado locuaz, demasiado trágico, demasiado bueno, demasiado encerrado, demasiado entusiasta, demasiado solitario.

Debe ser, además, porque era un padre raro. Creo que un hombre nunca deja de pensar en su padre. Mi padre murió a una edad cercana a la de Jelen. Y ahora yo también soy padre. Lo que sabía de Jelen, como padre y como hijo, me desconcertaba. Pero aunque nunca lo hablamos, estoy seguro de que pensábamos parecido sobre la relación padre-hijo.

No éramos íntimos. Nos habíamos conocido hace unos diez años, en un asado de los amigos de Mundo Cañon. Nos caímos bien. Después empezamos a vernos más seguido en La Diaria. Me asombraba la alegría que le producían algunos discos o algunos artículos de prensa. A veces coincidía con él en esos gustos y traficábamos material. Promocionaba las cosas que le gustaban con una extroversión casi infantil. Tuve la suerte de que le gustara mi banda.

De lo que se escribió sobre él después de que murió lo mejor para mí fue lo que hizo el Chino López Belloso. Recordó un episodio de militancia juvenil y se animó, con cariño, a hacer una crítica del Jelen personaje, del Jelen columnista de opinión. Para él, Jelen era un hombre de los movimientos estudiantiles del final de la dictadura que se complicó al tratar de aggionarse a una época de corrección política.

No estoy del todo de acuerdo con el Chino. Lo que dice puede servir para entender el “atletismo” con que nota a nota Marcelo trataba de superarse como pluma defensora de causas como el feminismo o la liberación de la marihuana. Pero yo creo que en el fondo ésas eran realmente las causas políticas más importantes para él. Creo que Marcelo era un liberal, un auténtico liberal en sentido anglo, uno que defiende sobre todo la libertad individual.

Supongo que de esa raíz liberal viene lo que más me gustaba de Marcelo como columnista: su desafío intermitente a cierto sentido común frenteamplista. Siempre jorobábamos con que nosotros dos éramos batllistas. Él llegó a militar un poco en el Partido Colorado; yo en cambio me hice adolescente sabiendo que si el batllismo existía en algún lugar no era justo ahí. Distintas generaciones. Igual éramos cómplices: de izquierda, pero no afiliados.

Me tocó, por culpa de vacantes mal llenadas, ser parte de reuniones donde hubo que trasmitirle algunos problemas que traía esa de necesidad de superarse en acrobacia a la hora de hacer cada columna. Era un periodista de carrera y su firma se había vuelto una marca. Sin embargo, nunca vi a alguien tomarse las críticas con tanta humildad y buena onda. La mayoría de nosotros, cuando nos objetan, tendemos a dar excusas, a mover el centro de la discusión o a buscar contraataques; él, en cambio, parecía que sólo quisiera entender en qué había fallado para poder mejorar la próxima.

Para un tipo inteligente es fácil divertir hablando mal. Marcelo elegía conversar de lo que lo alegraba. Sabía acompañar la ironía y era, claro, muy agudo. Pero en las charlas siempre tendía a anunciar descubrimientos, a encontrar cualidades, a recomendar sus preferencias.

Estábamos desenfocados, pero llegamos a planear una nota sobre un momento cultural y una intriga política que nos obsesionaban. Perdí el esquema, pero sigo buscando una foto que le saqué a la servilleta donde lo anotamos. Voy a tener que escribir la nota solo.

Hace pocos días me crucé con una amiga de la juventud de Marcelo, ahora colega en la Fac. Me contó cosas que cambiaron la idea que yo tenía sobre su lado más nocturno, descontrolado, rockero. Para mí había sido una progresión que acompañó su alza en notoriedad como periodista. Ella me hizo ver que no, que siempre había sido igual de intenso. Un poquito menos de misterio: no me viene mal.

Porque siempre es un misterio cuando se muere alguien joven. No nos suelta nunca. Me doy cuenta de que todo este mes he estado pensando en el misterio de Marcelo. Escucho su voz perfectamente. Lo escucho reírse, exagerar. Me fue bueno.